Una navidad en Nepal
- Mónica Muriel
- 19 ene 2018
- 9 Min. de lectura
De repente, y de un día para otro, nuestra agenda social se triplicó y empezamos a tener que planear un montón de días especiales que estaban por venir. Después del cole de Borle ya teníamos días libres por las navidades. Lo primero que hicimos fue noche de pancackes en casa de Agota y Monika, y esa noche vimos "Love Actually" todos juntos, para sentir verdaderamente que estábamos en navidad, con la habitación decorada con luces de colores y el correspondiente arbolito que con todo el cariño Monika había puesto a la entrada de la habitación. Muy guay todo, excepto por el pequeño detalle de que un ratón anduvo rebuscando por los abrigos a mi lado durante casi toda la película, y en una de las incursiones para ver qué encontraba se chocó conmigo, con mi cuello concretamente. En casa de Sabitra tenemos la suerte de lidiar poco con los ratones y las ratas, solo un día encontramos uno entre la ropa, así que esa noche pegué un grito considerable cuando lo ví cerca de mi cara.
Al día siguiente amanecimos y del tirón nos pusimos a preparar la carne para la barbacoa, pues habíamos quedado en ir todos juntos de picnic y hacer la comilona de empresa típica de Navidad. Desde VIN tuvieron además el detalle de ofrecerse a cubrir los gastos, así que allá que nos fuimos con un altavoz con música y todos los apaños, campo a través hasta llegar al precioso lugar. Unas vistas fantásticas, resguardados del viento, música nepalí y europea a partes iguales, brochetitas de carne receta europea y receta nepalí, de todo para picar... En fin, que allí pasamos la tarde tan a gusto con nuestros dos coordinadores y una de las voluntarias locales.


Y al día siguiente mismito era nochebuena. Decidimos celebrarlo en nuestra casa, pero como todos teníamos cosas que ultimar, las niñas empezaron a llegar sobre las cinco y media de la tarde, lo cual es considerablemente tarde si tenemos en cuenta que había mucho que preparar y que aquí se cena a las ocho. Puri, Dalma y yo preparamos todos los platos de entrantes, Agota y Monika hicieron el plato principal caliente y Paul se encargó de la decoración de la habitación. En el mismo pasillo-salón donde anteriormente celebramos Dashain y Tihar improvisamos una mesa con banquetitas y un tablero de madera, y sentamos a toda la familia presente alrededor a cenar. Por suerte no nos faltó nada de comida (y para las españolas más que estábamos ampliamente abastecidas de embutidos, turrones y mantecados). Comimos hasta reventar como es menester en Nochebuena y nos tomamos el té y las copitas de sobremesa mientras jugábamos a las películas, al igual que hemos hecho en mi familia durante tantos años. Y para que no faltase de nada, estando en Pokhara sorteamos un amigo invisible, así que esa noche lo entregamos.


Estuve muy pero que muy feliz ese día y esa noche, disfruté mucho de la compañía y aunque he de reconocer que me emocioné mucho cuando hablé con mi familia, esta Nochebuena ha sido especial y única en mi vida. Es cierto que estas fechas a mí me gusta pasarlas con mi familia, me gusta encontrar la forma para que sí o sí estemos juntos, porque creo que así debe de ser. Sin embargo, y como en esta ocasión no podía ser de otra forma, supimos cómo darnos cariño entre todos y disfrutar de un día tan especial, compartiendo ese momento con el mismo amor que lo hubiéramos compartido con nuestras familias. Todos echábamos de menos lo mismo, y eso al final hace que empatices y te unas más a los que tienes alrededor.

De madrugada anduvimos a casa de Padam y dormimos allí todas las chicas. Amanecimos el 25 con poca hambre aunque nos zampamos el DhalBaat que nos pusieron por delante, y (tras hacernos la foto del portalito de Belén) marchamos a Nishanke a recibir a Nora, la tía de Agota, que llegaba de visita ese día. Estuvimos en casa un rato y de ahí fuimos a casa de Kedar, que eran los que nos faltaban por felicitar la navidad y compartir con ellos algunos turrones y mantecados. Improvisamos una mesita en el centro del bonito patio de la casa de Kedar y picoteamos de todo lo que pudimos preparar. Hubo brindis, y lingotazos de alcohol que nos había traído Nora.

La primera parte de la Navidad pasó, y los días entre Nochebuena y Nochevieja trabajamos como todo hijo de vecino. Kadeni fue el penúltimo cole en el que nos tocaba trabajar, a unos 45 minutos andando desde casa por el camino de Okhaldunga. Lo llamamos el "dusty road" porque ahora que es estación seca y no llueve, el camino es tierra pura y andar por él no es para nada agradable. Se traga polvo sin parar, y los jeeps dejan una estela de tierra que hace que haya que taparse la cara para poder seguir caminando. No, el paseo no era el más agradable, aunque la suerte que tuvimos fue que amanecieron muchos días despejados seguidos y pudimos disfrutar de unas vistas al Himalaya muy muy claras. Es una imagen de la que no nos cansamos por más que llevamos viéndola camino del trabajo día tras día. Este colegio tiene muchísimos niños y el nivel de inglés es bastante malo, así que fue una semana intensa de pensar mucho en cómo adaptar las actividades que teníamos a las nuevas condiciones, o directamente crear actividades nuevas que cubrieran las necesidades. Sin embargo, había caras conocidas de niños que viven aquí en Nishanke, y darles clase fue todo un placer. Como siempre, ojazos negros abiertos de par en par sedientos de aprender, y no lo digo por decir sino que realmente tienen muchas ganas de aprender porque nuestras clases son probablemente de las pocas cosas fuera de la rutina que les han pasado en mucho tiempo. Algunos de ellos echan menos cuenta de lo que se les enseña, aunque a la mayoría de los que no hacen caso les delata la carita de cansancio de haber amanecido al alba para cortar hierba y lleváserla a los animales, traer agua de la fuente a la casa y salir pitando para el cole después de una gran ración de DhalBaat.
Cuando nos dimos cuenta ya habíamos terminado otro cole, y ahora tocaba pensar en qué hacer para fin de año. Desde mi solitario paseo por los alrededores de Salleri, y debido de nuevo a recomendaciones de los dos señores que conocí aquel día, a mí se me había metido en la cabeza que quería ir a Jumbesi a pasar fin de año en el monasterio de Thupten Chölin que ellos me habían recomendado visitar. Al principio quería ir sola o con Puri nada más, pero al final quisimos pasar la ocasión juntos los voluntarios y como ellos no tenían plan se unieron a la idea. El día de ida anduvimos hasta Okhaldunga, y de ahí cogimos un jeep que nos llevó directamente hasta Phaplu. Lo que en el viaje anterior a Solukhumbu tardamos dos días en hacer, y con mucho esfuerzo físico, lo hicimos aquel día en apenas dos horas de jeep. El viaje fue muy divertido, fuimos bailando y charlando con el jovencito conductor, y se notaba las ganas que teníamos de festejar un poco la Nochevieja. Dormimos en un hotelucho muy baratito en Phaplu, aunque esa noche anduvimos una hora y media para ir a nuestro querido hotel de Salleri donde me comí aquella hamburguesota en noviembre. Por supuesto repetí menú. Esa noche me acordé mucho de mis amigas, que me pusieron los dientes largos mandándome una foto de todas de comilona de navidad. Las eché mucho muchísimo de menos, esa tarde de risas, de cotilleos, de conversaciones interminables y de hacer un poquito el ridículo por aquí y por allí. Les debo, y me deben esa comilona a la vuelta, o eso espero.
Amanecimos muy temprano el día 31 y pusimos rumbo a pie hacia Jumbesi. Peregrinación y dormir en un monasterio era nuestro plan, aunque ya de primeras nos paramos mucho en el camino, porque valía la pena disfrutar de cada metro. A la altura del río nos detuvimos solo a menear la arena que brillaba de forma súper mágica, probablemente porque tenga algún mineral. Como buena hija de mi madre que soy, en ese mismo momento me abastecí de un kilo de arena y desde entonces lo he estado paseando por todos los lugares a los que voy, perdiendo un poquito por aquí un poquito por allá. Después de esa parada prometimos no pararnos más, no queríamos llegar muy tarde. Por supuesto, apenas una hora después nos sentamos a comer dos horas en una granja de truchas preciosa y súper auténtica que había por el camino, e hicimos uso de toda nuestra artillería de palabras en nepalí y lengua de signos para entendernos con la chica de allí. Comimos como reyes en un lugar precioso e inmensamente tranquilo. De ahí continuamos hasta Jumbesi, a donde llegamos a la caída de la tarde. Pueblito pequeño, nada turístico y muy mal conectado. Cobertura cero. Exactamente lo que quería.

Intentamos preguntar para dormir en el monasterio de allí pero no tenían alojamiento para huéspedes, así que nos quedamos en un hotelito donde también se quedaron dos americanos que viajaban solos, cada uno por sus razones. A Puri y a mí se nos ocurrió hacer un vídeo de coña para explicarles a los otros voluntarios cómo se tenían que comer las uvas, que ya habíamos comprado en Okhaldunga, y pasamos la tarde de charleta en la sala común del hotel, donde tenían una caldera y se estaba muy calentito. Cenamos Sherpa Stew, un cocido típico de la región que te rellenan tantas veces quieras y que revive a un muerto. Comida muy pesada y muy apropiada para el frío que hace por allí en diciembre. Pese a que estábamos cansados y a que hubo momentos de debilidad en que a más de uno se le cerraban los ojos, aguantamos hasta las doce despiertos (todos los del hotel estaban sobando a las diez) y nos comimos las uvas accidentadamente, con muchas risas y muchos fallos técnicos. Sea como fuere, el año para nosotros entró pero que muy bien y seguimos bailando y de copitas hasta que a las dos, después de que la fiesta ya se viniera poco a poco abajo y después de jugar un ratito con la cámara y las luces de navidad, nos fuimos a dormir.

Día 1 de enero, nos permitimos el lujo de no ponernos hora de despertador, amanecimos poco a poco y fuimos bajando a comer algo uno por uno. Bastante perezosamente empacamos nuestras cosas, y decidimos subir con todo a Thupten Chölin, el monasterio grande, a ver si podíamos dormir allí. Una hora y media de caminata más o menos, todo hacia arriba, y llegada al monasterio. Qué digo monasterio, ciudad monasterio. La colina de una montaña totalmente salpicada de casitas donde viven monjes y monjas que dedican su vida al budismo, y en el centro el gran y precioso templo. Esa mañana estuve "charlando" con el dueño del hotel sobre si podíamos dormir allí o no, y tuvimos un par de buenos gestos con ellos por todas las molestias de ruido de la noche anterior. Supongo que fue buen karma, porque si existe en alguna parte es allí, pero al llegar al templo una señora boniquísima nos estaba esperando con una sonrisa de esas que sólo las mejores personas tienen, y nos dijo que su hermana era la mujer del hotel donde habíamos dormido y que nos esperaban. Del tirón, nos llevaron a las habitaciones dentro del monasterio, con vistas increíbles al valle, y nos invitaron a participar en la Puja o rezo. Apenas sé cómo describirlo, de repente estaba dentro de un monasterio budista, uno muy especial porque tiene un gran número de monjes y monjas y porque "los blancos" no solemos ir de turismo a esos lugares. Fueron horas de rezo, de meditación, de olores de incienso y de relajación espiritual, mental, física.

De cuatro a cinco me escapé para darme un paseo, subí por la colina y a cierta altura conseguí cobertura para felicitar el año a mi familia y contarles dónde me encontraba. Volví para la merienda, y nos dieron de beber y comer igual que a los monjes y monjas. La puja acabó a las siete y media, y con todo el frío del mundo me hice un lavadito del gato y, tras una reunión de en una de las habitaciones, nos fuimos a dormir no muy tarde.
A la mañana siguiente, con la linternita en la frente, amanecí como una campeona a las seis y me eché al monte a subir el pico más alto que ví. 3500 metros bien tempranito, mucho mucho mucho frío, y un amanecer único.


Tardé más de lo que había planeado así que al volver la mitad del grupo me echaron la regañina, por hacer esperar y por preocuparlos, aunque todos al final tomamos un tecito y desayunamos galletas que nos dieron. Incluso nos dieron una bolsa llena de comida para nuestro viaje, y la linda mujer nos despidió con esa preciosa y sincera sonrisa con la que nos había recibido. "Hasta luego, ya nos veremos" nos dijeron.

De lo que queda después de eso poco hay que mencionar, aparte de que anduvimos a todo trapo hasta Phaplu, cogimos un jeep a Okhaldunga y de ahí el bus local a casa. La recta final del proyecto había comenzado.
Comments